Si el corazón tiene más
habitaciones que una casa de putas, como decía García Márquez, supongo que también
habrá hoteles, hostales, tugurios de pensión o carretera; antros sórdidos, en
fin, o torres de cinco estrellas donde moren proscritos o aristócratas, crímenes
de carmín en los espejos o fiestas privadas en las que siempre se huela a mujer
y siempre parezca ser agosto. Desde aquí, desde la carretera
negra en la que escribo, se vislumbra uno de estos últimos.
Pero hay de todo, en este hotel
del corazón en que todo el mundo está herido pero del que nadie quiere irse. En el vestíbulo se cruzan sin mirarse, conspirando con silencios,
las mujeres de otros hombres y esos hombres mismos; como en el pasillo de un
hospital en el que esperasen la noticia de otro hijo, o de otro muerto. En la
cocina, alguien afila los cuchillos para la cena con velitas para dos de cada
noche que jamás llega a celebrarse: es una mesa flotante, espectral, entre la
niebla y el crepúsculo, al que llegará siempre el segundo comensal justo cuando
el primero se haya ido, harto de esperar, el vino a solas, la carne fría. Por
los ventanales se divisa un enjambre de luces como soles que no terminan de
ponerse nunca, hacia el este; al oeste verás el Calvario y más abajo Babilonia.
Al sur, la noche de Venecia, y al norte el fulgor de Buenos Aires (o
viceversa). La climatización se hizo mal desde el principio y varía entre un
calor del infierno, en las plantas nobles, y un frío del demonio conforme se baja
a oscuras en el ascensor hasta el sótano. Es por lo que no suele dormirse bien;
por la temperatura diabólica y por el estruendo toda la noche desde la Torre de
la Canción, unas calles más arriba, a mil pisos de profundidad (desde donde se
oye toser, de vez en cuando, al desasosiego de etiqueta).
También aquí hay fiesta de vez en
cuando, en este hotel, al emborracharse el mendigo de la suite nupcial: llama a
todo el edificio e invita hasta al amanecer al brebaje verde de cada invierno.
El problema es que siempre hay algún muerto. Anoche llegó la policía, rayando
el alba, y encontró a una virgen en la bañera, pálida de sobredosis. Ya no
había a quién detener, así que se llevaron al pianista, esposado a su botella y
cantando As time goes by.
2 comentarios:
Vaya que tiene de recovecos el corazón con plazas de todas las categorías. Me agradar viajar y detenerme en tu hotel Miguelton. Te doy 5 estrellas.
Saludos, cuidate del frío.
Gracias! A ver si arreglo un día la caldera, sí. Cuidate también vos
Publicar un comentario