Es uno de los mayores honores de mi vida. Una tarde de invierno, alguien me arrastró al número 8 de la calle de Alenza, en Madrid. Temblando, con el corazón en cueros metido en un sobre lleno de pájaros, de versos, de soles de la infancia. Nos recibió, con paciencia exquisita, un hombre enterrado en canas de setenta y un años que cuidaba del catarro de su mujer (de setenta y siete). No quise molestar más: sólo le entregué el sobre, dije gracias (setenta veces siete), nos fuimos de allí.
A la semana siguiente sonó mi teléfono, y sonó esa voz.
Yo tenía, aquel febrero, veinticuatro años. Ahora tengo treinta, y todo lo que fue estrépito es ya misterio. Y todo es ya una secreta, jubilosa, infinita y leal correspondencia.
Por el pasillo de mi
casa avanza
con muchos nervios y
una novia de amor.
Dentro de un sobre
blanco
toda la angustia y el
fervor de la vida
hierven en el puchero
del poema. La tarde
llueve sin lluvia:
pura luz mojada
con la saliva de los
milenios. ¡El tiempo
con su T grande y su
sonido atónito!
Por el aire del
comedor
flotan en su silencio
las cavernas remotas:
los primordiales,
pequeñitos, desconfiados:
–Socorro!, dicen,
digo. –Socorro, sombra!, gritan.
Qué tarde en Tiempo!
Qué hora
cósmica, qué remoto
este chaval
con su novia de amor!
Se van
con gratitud
indescifrable.
(La mujer de mi vida
duerme lucha en la
cama contra
su catarro
septuagenario.
Amor mío cúrate
cúrame.
Tu tos brama en el
cráter de mi miedo.)
Mi cigarrillo.
El misericordioso
cigarrillo.
Abro ese sobre blanco.
Cómo suena
este crío súbito! Mira
las palabras,
míralas, viejo
extraviado: están vivas!
Este chaval mete la
boca
entre los muslos de
las sílabas
y ahí las tienes a las
palabras:
vivas. Sagradas. Qué te
parece!
Me debe a mí unos
gramos. Una fanega
al capitán César
Vallejo.
Ah, pero todo lo
demás! Ahí, ahí su fortuna:
una deuda sin
principio sin fin
lo amarra al
prestamista de las llagas:
el Sino, la Materia , Dios, las Leyes
del Universo, qué sé
yo, el Misterio:
el Gran Perdón.
Su nómina de llagas.
Su familia. Su abuelo
(su abuelito).
Su infancia… Este
muchacho
escribe levitando
debajo de la tierra:
corre tras de sus
muertos y sus viejos
con un premio de
regaliz
en su boca
resquebrajada.
Es un mendigo con la
sien de oro.
De dónde viene este
chaval.
(Cúrate, Curra. Tengo
una sorpresa para ti:
¿Te acuerdas de hace
medio siglo?)
Con gratitud
innumerable.
Félix Grande, febrero de 2008
[este poema fue posteriormente incluido, con algunos cambios
y bajo el nombre Polifónica tarde a tempo en niebla,
en su Libro de familia]
[este poema fue posteriormente incluido, con algunos cambios
y bajo el nombre Polifónica tarde a tempo en niebla,
en su Libro de familia]
2 comentarios:
Precioso poema y sencilla anécdota sobre tu relación emocional con Felix Grande.
Yo lo conocí en 1991, cuando vino a Cieza, a requerimiento de nuestro Grupo de literatura La Sierpe y el Laúd, para que diera una charla a los jóvenes escritores de la Región en aquel Encuentro que habíamos preparado en Cieza.
Aurelio Guirao lo presentó, y fue una noche llena de poesía y humanidad que recordaré siempre.
Yo conozco esa conferencia, amigo Ángel: la vi setecientas veces, grabada, justo antes de conocerle, de que sucediera todo esto -estabas allí, cómo no :) Un abrazo
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