martes, 19 de julio de 2016

Alucinaciones (V)



A las cuatro de la tarde, donde la misa desierta del verano, el pájaro memorial y el surtidor que mana siglos, la tarde es la bahía quieta de un pueblo zarpando en sueño hacia poniente. No se oye más que la campana muda y amarilla, pero muy pronto emerge, como un aljibe puesto en pie, y se sienta sobre el potro de mármol que pace en la sombra. Oigo su transcurrir, las campanas por mis ojos, la sangre de sus cálices.           Y sé que no dirás nada, nada, nunca dirás nada, hermoso animal que cumple los anhelos del desierto. Más allá estará tu origen; más adentro estará ese patio, el gotear en las ruinas del sol, el rumor de lámparas de arena. Mucho más adentro estará el olivo que oficia su yantar la carretera, el monte del mandato, la agonía. 

La luz me lega su puñal y ahí te desvaneces, estatua de bruma en la canícula: la tarde atraca en mi vagar, se derrama el aljibe, y un turbión de sangre por las calles anuncia al fin el derrumbar del templo

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