Mirando por encima de los hombros
de los que no nos dejan salir –ciegos
centinelas de amor, en cuyos rostros
encerramos nosotros al sosiego–,
¿qué es lo que gritas, qué es lo que yo niego
al apartar la vista a los escombros
de la llama furtiva que al fin riego
y que tú entierras: el feroz asombro?
un animal se vuelve como un ruego
mientras lame la mano de su dueña;
mientras al otro lado, en su morada,
calla otra bestia, guarda para luego
los despojos de un párpado que sueña.
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