miércoles, 20 de diciembre de 2006

Del poder y los cabrones

(O de cómo un aeropuerto francés puede derivar en aduana turca)


Suele decir el amigo Reverte que no hay nada más peligroso que un imbécil con poder. Y lo cierto es que no le falta razón, al Duke of Corso. Arguye el cartagenero ilustre que con un malo, retorcido o hideputa común, pero con ideas claras, al menos te puedes conjeturar por dónde te pueden llover las hostias; pero con un imbécil no. El imbécil, en su natural imbecilidá, es absoluta e implacablemente impredecible. Como un mono con una navaja de afeitar, como un simio en la Casa Blanca –cosa que ya ocurre, de facto-, o como Ágatha Ruiz de la Prada en cualquier sarao con fotógrafos de por medio: aterradoramente arbitrario e inexorable.

Pero bueno, al tema. Que Reverte sostiene no hallar peor combinación de las perversiones o desgracias humanas que el poder aliado con la estupidez. Yo, hasta hace muy poco, estaba más o menos de acuerdo con ello. Hasta hace muy poco.

Ese “hace muy poco” se refiere concretamente al pasado domingo por la mañana, en el aeropuerto franchute de Beauvois, o Boveauise, o Bovuá, o como carajo se escriba/diga. Llegamos allí, después de tres días de maratón por todo el Paguí de la Fgans, hechos polvo pero a nuestra hora –las siete menos algo de la mañana, o por ahí; el vuelo salía a las ocho: ver foto-. Un servidor, concretamente, con una pinta de refugiado albano-kosovar que tiraba patrás –gorro de esquí, barba de cuatro días y mirada de Jack el Destripador: es que me apasiona madrugar-. Después de guardar la pertinente cola, me llega el turno para –¡yupiii!- jugar un ratico a los médicos con los tipos del control anti-terroristas alcohólicos del Valle de Ricote. La cazadora, el cinturón, el móvil, el mp3 y hasta mis calzones de acero XXL –por supuesto-: todo a la bandejica. Luego pase usté por los infrarrojos y pare, estése quieto y ponga los brazos en cruz, Guantanamero (mmmm, picarona, le susurré al fulano, mientras me sobaba la entrepierna buscando –comprensiblemente, por otra parte- algún arma de destrucción masiva). Cuando el tipo se convenció de que no era viable el tema de elaborar en pleno vuelo un explosivo, a lo McGyver, entre el mechero Bic, el colgante de la Plaza Bohemia y el vigoroso Johnnie Walker de mi hígado, me dejó acercarme a la cinta eléctrica para dar cuenta a otro intrépido Sherlock Holmes de los diabólicos fines que mi natural pérfido escondía al llevar en la mochila un libro de un tal Migggel Delibés –El camino: subversión antisistema pura y dura-, cinco camisetas/jerseys de Zara, y una lámina del Museo D’Orsay, reproducción del cuadro de un fulano impresionista: una pareja de agricultores, marido y mujer, rezando de gratitud hacia la tierra por las cuatro escasas piezas que habían conseguido arrancarle aquel día. El señor Holmes me miró de reojo, con retranca, como diciendo habrá maricón. Y yo me lo quedé mirando tranquilamente, como diciendo porque tú no quieres, tonta.

Hasta aquí todo “normal”. Porque la cosa se puso interesante de verdá acto seguido, cuando, a petición de Torrente, abrí un bolsillo lateral de la mochila para enseñarle mis artilugios bélicos de aseo, entre los que se contaban un inquietante frasco de perfume al que le faltaban tres gotas para morir, un siniestro minifrasco transparente con líquido de lentillas, y un par de recipientes de plástico con sus correspondientes y demoníacas lentillas de repuesto. Y aquí ya se armó la marimorena.

Más de uno estará pensando a estas alturas que como estoy en Babia, y además tengo muchas leyes, estas cosas me pasan sencillamente porque soy gilipollas. En ese caso, yo diría tranquilamente: vale, mea culpa. Fragélome yo pispo. Pero no. Porque aquí el que suscribe llegaba con los deberes hechos a la aduana de El expreso de medianoche. Habiendo leído el mail que los gentilhombres de Ryanair me enviaron (“Solo le está permitido llevar en su equipaje de mano pequeñas cantidades de líquidos. Estos líquidos tienen que ir en pequeños contenedores con una capacidad individual máxima de 100 ml. Cada pasajero tiene que empaquetar estos contenedores en una bolsa transparente de plástico con autocierre de no más de un litro de capacidad máxima (bolsa de aproximadamente 20 x 20 cm.), para facilitar la inspección de estos productos en los controles de seguridad.”), me aseguré de llevar el líquido para las lentillas -5.50 y 5.0 dioptrías de miopía a diestra y siniestra: cegato total- en un minifrasco, como he dicho, de 50 ml. El tarro del perfume era de tamaño similar, transparente, y además estaba ya casi vacío. Y sobre los recipientes con las lentillas de repuesto, pues son considerablemente más pequeños que los anteriores –como no suelo tener a mano una pipeta de laboratorio, pues no puedo especificar el volumen exacto-. Todo en orden, vamos. Sólo me faltaba la puñetera bolsa transparente de plástico con autocierre de aproximadamente 20 x 20 cm., pero ese flanco también estaba, teóricamente, cubierto, porque, tal y como me habían comentado previamente y pude comprobar yo mismo luego, en el control de al lado las estaban dando los Sherlock Holmes mismos.

Y aquí es donde entra el dilema metafísico del poder y los imbéciles, o del poder y los hijos de puta. Abro el bolsillo lateral de la mochila, le enseño al fulano, ilustrándolo con mi pulcro inglés de la CEAN, todo lo que llevo en estado líquido, mire, don Fransuá, esto para los ojos, ojés, lo ve?, esto por si se me joden las lentillés que llevo, esto otro porque a las nenas les pone el Massimo Dutti, aunque sean dos gotas. El tipo los examina, en apenas dos segundos concluye que no se trata de Goma 2, ni de ácido bórico –yo miraba a mi alrededor, suspicaz, por si aparecía por allí de repente Pedrojota y me confundía con Dejuana Chaos-, y acto seguido se los pasa a su compañero de al lado, que se ve que en la jerarquía de los Torrentes era el Torrente mayor, para el veredicto final: un fulano regordete, rubicundo, trajeao pero con cara de buey, como de piñón fijo. El Torrente Mayor agarra el perfume –dos gotas-, el frasco de líquido lentillero -50 ml.- y las dos lentillas de repuesto, las tira en la bandeja, y me dice en un francés de la aldea de Astérix que o las meto en una bolsa transparente de plástico con autocierre de aproximadamente 20 x 20 cm., o crudo lo llevo. Yo le respondo tranquilamente que vale, que me dé una, tal y como hacen sus compas del control de al lado, pero el tipo dice que nanai, que tengo que volver a salir al vestíbulo y buscar allí una tienda –supongo que regentada por su puta madre y su prima la menor- donde comprar la dichosa bolsa. Le replico que eso está muy bien, pero que entre lo que tardo en salir, comprar la bolsica y volver a entrar, mi avión ya puede estar en Cancún. Me repite, en plan Terminator cuando se le va la olla y se le queda colgao el sistema, que encuentre cagando leches una bolsa transparente de plástico con autocierre de aproximadamente 20 x 20 cm.

Y entonces yo caigo en la cuenta. DIng-dong. Ya sé a quién carajo me recuerda, el tipo. Es clavadito, aunque sólo sea en las formas, a los matones del recreo que te partían la cara porque les apetecía, porque te sacaban un par de años, porque ellos lo valían, simplemente. Clavadito al jefe que te toca el culo cuando se cruza contigo por el pasillo, y tú a callar, porque o tragas o a la puta calle. Clavadito, en fin, a toda esa jauría de hijos de puta con o sin uniforme que desde siempre, desde la más tierna infancia, sólo sueñan con compensar sus complejos –en el fondo saben, los pobres, que sólo son unos mierdas- con unas migajas de poder, de autoridad sobre el prójimo, y escupirte cada dos por tres las palabras mágicas que siempre quisieron pronunciar: usté no sabe con quién está hablando.

Quizá por eso no me sorprendió del todo lo que pasó acto seguido, cuando, explicándole por segunda vez al Terminator lo del problema de volver a salir a comprar la puta bolsa, el tipo dejó de escucharme y, sin mediar palabra, tiró a una papelera que había a su espalda el perfume, el líquido de lentillas y las lentillas mismas sin estrenar. En ese punto, y habiéndome cerciorado de que Terminator sólo entendía, a parte del francés, el inglés hablado muy despacito, procedí a cagarme en sus muertos con acentazo básico del Fatego –que yo tengo mucho nervio, eh, que yo tengo mucho nerviooo-, a exigirle que me devolviera al menos las lentillas, que valen, literalmente, un ojo de la cara, o que al menos me esperase, que iba a pedir una puta bolsa al control de al lado, donde una tipa con pinta de Amélie las repartía a diestro y siniestro con una sonrisa de oreja a oreja, buenos días, buen viaje, caballero. Pero ni por ésas. Porque el Terminator ya había conseguido lo que quería, que era joderle el día a alguien, a quien fuera –en este caso yo: el otro cabrón de Murphy-. Y después de balbucir nosequé en francés que no entendí, me miró con profunda furia de garrulo profesional, y me espetó: “Do you want to go away?”. Y ahí ya entendí que no había más cera que la que ardía. Que me había quedado sin lentillas, y que si seguía poniéndome farruco podía acabar, perfectamente, y por voluntad del insigne hijo de puta, quedándome en tierra (lamentablemente, imposible lo de fabricar un arma de destrucción masiva in situ, con el mechero Bic, el colgante de la Plaza Bohemia y mis calzones)

Y entonces, yo solico y sin mediar palabra, abandoné el control y seguí camino, todo digno, y me fui a pedir cuentas a Pirri, al Maestro Armero y a Rita la Cantaora. Que son los que suelen estar de guardia en estos casos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mmm, y yo qué carajos hago con las botellas de tequila? si las meto en la maleta seguro que me las roban. Mierda de aeropuertos! nos vemos pronto! La morra Irene

Anónimo dijo...

Diré, para empezar, que estoy totalmente de acuerdo contigo en el juicio que haces de esta serie de capullos insufribles.
Desde los abusones del fatego hasta la vieja de la casetica del Paseo que nos timaba vendiéndonos chicles abiertos (joder, te acuerdas?). Guardando algunas distancias (o no) encontramos a la peña de la que hablas (el jefe que te toca el culo, uniformaos, etc.).

Todo eso está muy bien, Miguelico. Pero, ¿en el, seguro, inmenso aeropuerto gabacho sólo estaba Amelie para darte la bolsica 20x20? ¿Por qué llevabas una bolsa del Carrefur, tú, que ves el telediario y conoces las actualizaciones de la industria del miedo?. Por otro lado, a las 7 y media de la mañana seguro que parecías ya no Dejuana Chaos, sino el Tunecino o Mohammed el Egipcio.

1 abrazo
Tu Primo el Nano

PD: Venga ya, cabrón, que te has tirao un fin de semana en París viendo los Champs Elyséëês y los demás seguimos en el Valle. ;)

Miguel A. Ortega Lucas dijo...

:))))))) Aquí, mi primo el Nano. Que no me toca nada y es mi hermano.

Llevaba una bolsa del carrefour, Pablico, porque lo sigo dejando tó pal último momento. Parece mentira que no lo sepas todavía, jeje. ;)

P.S: Ya voy, hijo, ya voy

Anónimo dijo...

Muy bueno el relato.. debió hacer más gracia, o no, en el momento de los hechos, jeje.

Salud y suerte!

PD: no te protegen.. te estan vigilando