viernes, 21 de diciembre de 2007

Luciérnagas

"... la cocina a oscuras, la miseria de amor"
(C. Vallejo)

Encendió un cigarro y se apoyó en la pared, absorto, contemplando muy quieto las luces de la ciudad. Luciérnagas, pensó. Es la misma luz, el mismo azul de frío, la misma estampa que de niño observaba alucinado desde la ventana de su casa en la aldea. Las luciérnagas. Y el abuelo se le acercaba, se sentaba junto a él en torno al fuego. Le explicaba, como todos los años, que las luciérnagas eran las ánimas de los niños que un día se internaron en el bosque y jamás regresaron. Ahora, le decía, guían por el camino a los cazadores en las noches sin luna. Padre, por favor, no me asuste al crío, decía su madre. Y el abuelo reía. Pero él no llegaba a asustarse, porque la emoción era más poderosa que el miedo y muchas veces había penetrado en el bosque en la anochecida, por ver si realmente acababa convirtiéndose en aquel insecto lleno de luz. Nunca sucedía. Pero una noche de diciembre, como ésta, encontró una luz de otro color entre la maleza: dos gemas amarillentas, gemelas, que le miraban impávidas desde el fondo de lo oscuro. Cuando lo contó, ya en casa, al recuperar el aliento tras remontar como una liebre todo el camino de vuelta, la abuela no le creyó. Ya no quedan lobos en estos parajes, hijo, le dijo en la cocina, mientras acababa de pelar las patatas. Pero a él no le cabía duda. Esas dos hogueras pálidas, mirándole como si pudieran leer en el blanco de sus ojos. Todavía se estremecía al recordarlo, mirando hacia el bosque, mientras el abuelo le repetía de nuevo la vieja historia ya sabida y su padre, incombustible, tozudo, se empeñaba por enésima vez en arreglar aquel televisor que desprendía una imagen arrugada, como un papel de periódico. Su hermana pequeña jugaba junto a la chimenea con aquella muñeca de trapo que le trajesen los Reyes Magos en su primera Navidad. Y el perro ladraba y movía la cola ansiosamente cuando veía aparecer a su madre en el umbral con la olla colmada. A pesar del hambre, él era siempre el último en sentarse a la mesa, absorto como se quedaba mirando aquellas luces en la lejanía. Venga, muchacho, que se te enfría el condumio, le reconvenía la abuela. Pero sólo se acababa sentando cuando la voz perentoria de su padre amenazaba con sugerir a los Reyes que ese año le trajesen a su primogénito un saco de carbón. Tomaba asiento finalmente y ya todos podían dar cuenta del cocido, que cada año le salía a la abuela más sabroso, más antiguo. Hablaban los adultos de los sucedidos del día, de la próxima cosecha, de la helada temible. Su hermana daba vueltas y vueltas antes de meterse la cuchara en la boca. El perro aguardaba recostado junto a la mesa a que el abuelo le alargase un trozo de carne con buen hueso. La televisión se veía un poco mejor, pero nadie le hacía caso. Él tampoco. Miraba cada dos por tres hacia la ventana, hacia lo oscuro. Esta noche, se decía. Esta noche volveré.

Reaccionó al sentir la quemadura de la colilla entre los dedos. Buscó el cenicero en la oscuridad, desorientado, volviendo de nuevo en sí, y casi tiró al suelo el plato con la cena intacta, fría, al aplastar con saña lo que quedaba del cigarro. Se sirvió, casi a ciegas, otra copa de vino. Luego se quedó quieto otra vez, oyendo el goteo del silencio en el piso desierto. Al otro lado de la ventana, un enjambre de niños se perdía en el fondo de los ojos de un lobo. En la televisión sin volumen, el anuncio con renos y Papá Noel de unos grandes almacenes rotulaba a todo color: Feliz Navidad.

3 comentarios:

anag dijo...

Vaya un Cuento de Navidad, eh... Mucho más creíble que el de el Sr. Dickens, porque los fantasmas que aparecen, o mejor dicho, se esconden aquí los hemos sentido casi todos alguna vez, y si no ya te encargas tú de eso :)Pero de éste no van a salir decenas de adaptaciones porque no da tanto juego, que lo sepas :P

Anónimo dijo...

Bonita forma de describir la Navidad, para quien la sienta así, claro. Pero no te engañes que tu en todo esto no crees y tu vida se basa más en el amor libre, el trabajo sin horarios ni paga definida,la bohemia en definitiva. Y Dios no te ama porque no es una mujer

Miguel A. Ortega Lucas dijo...

No es una mujer???!!! Dios mío. Toda la vida rezando el rosario para nada :D