Cuánto pesa la emoción, la memoria total de la alegría. Con qué gravedad le arrastra a uno hasta las raíces mismas de la tierra para ver volver resucitar
porque la risa es cumbre ciega en llamas
y el llanto un alud sordo que amanece,
muy despacio, y que se habita.
Cuánto vale la emoción, este ángel, este cofre de monedas de sol, este tiritar de hueso en cueros; qué se hace con él, cómo le lleva a uno desde lejos, de la mano, como ese crío que se quedó muy dentro y que nos busca, nos reclama, igual que en el desierto un espejismo
Cuánto dura la alegría. Cuánta vida tiene. Dónde se esconde cuando parece morir, hundirse, no volver jamás, pero ahí está, ahí sigue, ahí su vislumbre; ahí tirita aún muy adentro y esperando sólo que baje la marea, que se escriba otra vez, que sea junta de nuevo.
De dónde viene la emoción, dónde se forja. En qué entraña del abrazo abisal, del espejo en los ojos, del galope fraterno; dónde termina un abrazo y empieza la tierra.
Dónde se despide un amigo, y empieza la tierra
Cuántas puertas tiene la emoción. Cuántas me habéis abierto. Cuántas veces se abrirán aquí dentro, otra vez, de par en par, de fiebre en cueros, para saludarme de nuevo en el trasluz y sonreír
Cuántas cosas nos quedan por vivir, amigos, cuánto dura la alegría. Cuándo volveremos a abrazarnos. Cuánta emoción podrá llegaros desde aquí, goteando tinta azul y lágrimas y gratitud desde los ojos rotos y el pulmón en vilo de un crío que llora solo, en un avión, viendo despedirse su universo desde un álbum de sol y crepúsculo y temblor y fotografías