jueves, 24 de diciembre de 2015

Versiones de ti mismo (en el cajón)



Las gafas adolescentes de finales de los 90, metidas en su carcasa ajada, con las que soñé ser alguna vez Lucas Corso. Las fotos de una fiesta sorpresa de cumpleaños, casi recién llegado a Madrid, diciembre de 2001, perpetrada por cuatro franceses, una chilena y un norteamericano que apenas me conocían; que me hicieron sentir como un crío de 8 años, no de 18. Las fotos de los años del instituto y de los años de la universidad, absurdamente vividas antes de ayer, y su reguero de muertos. Una agenda súbita del año 2005, que alguien me regalaría otro cumpleaños, por la que puedo ahora rastrear las huellas (escritas en clave) de un invierno en que resucité, en que vendí de nuevo el alma a cambio de un rincón, de una vela, de una cama que no helase con vistas a aquel frío; una agenda en la que fui consignando las señales de episodios que olvidé, que ya apenas adivino (1 de febrero: ‘Tarde y luz de ocaso en la facultad: Recuérdalo’). Cartas de un solo folio, escritas a mano por una post-adolescente, que yo “no me merecía”, pero que me acabó escribiendo, al cabo. Dibujos de esa aprendiz de mujer, y de alguna otra. Las notas finales de 1º de Bachillerato, junio de 2000, Letras puras (del 5 al 10, lo que usted quiera). Más fotos; fotos de aprendices y maestras, “retratos de novias que nos olvidaron”; fotos que un día sepultaste / y que ahora vuelven, / te escupen con su pánico al salir, / emergen intactas de su escándalo. Postales de felicitación de cumpleaños, postales de felicitación de navidad, postales de pésame, postales del extranjero. Fichas de clase de la facultad que no entregué nunca, con una foto que era en realidad de 1º de Bachillero, o 2º. Invitaciones flamantes al fallo de un premio de poesía que nunca me dieron, diciembre de 2008 (todo, todo parece haberme sucedido en diciembre). Fotos de otro que sí me dieron; mis padres, mi hermano, mi maestro, mi mejor amigo, diciembre de 2009. Una bolsa con monedas totalmente desvaídas, borrados y pulidos los grabados como piedras de río, que podrían ser lo mismo de la guerra civil que de la Isla del Tesoro. La harmónica Star que saqueé de algún cajón de la casa de la abuela, o que alguien me regaló de niño, y que quisiera saber tocar. Un paquete de LM vacío, recuerdo quizás de una noche memorable con alguien que fumó siempre de esa marca, y ya no fuma más en este mundo. Las acreditaciones de prensa de cuando fui corresponsal en Norteña, con caras de niño asustado, de niño que quiere dejar de ser niño, de niño cansado que sabe aún le queda mucho para dejar de ser niño. Un pasaporte olvidado de alguien que no soy yo, que ya no viajó más conmigo. Las fotos que me echaste al llegar aquel verano a nuestra casa blanca del barrio morisco, hasta guapo esta vez. Un frasco vacío del perfume (de traición) que compré para ti en la ciudad del Aleph, que yo me llevé del cajón vacío de la casa blanca, y que ahora huele a culpa, a remordimiento, a urgencia
por algo que te pide explicaciones,
por algo que te purga dulcemente
el daño que tú hiciste o que te hicieron.

Y todo lo demás que creo mi historia, los avatares de mi vida, las versiones de mí mismo. Todo eso que quiere convencerme de que es yo, siendo apenas el dudoso testimonio de mil sombras sucesivas.  



miércoles, 25 de noviembre de 2015

Alucinaciones (IV)

Quién fuiste, amazona oscura, virgen negra de la juventud. A tu altar de sábanas, al telón que mece la brisa quise verte: para incendiar tus escaleras, sellar el muro, y que un ojo de fuego verde temblase en tu sexo toda la noche. Abriéndote de par en par en la cascada de luto, un caballo de luz de faro en la terraza espera que no dejes de arder toda la noche. Quién fuiste, triste página que lamí en la vela. Si de tu pecho hubiera bajado la soga que esperaba me habría ahorcado de lágrimas, y un ángel habría sangrado al verte al fin bajo la luna. Aún puedes retorcer el cauce vivo que corre bajo el balcón abierto; que crezcan pobres sombras de toros rituales pastando en los muslos del agua. Aún desfallece tu sombra los corredores del verano, con un aire que llora los desfiladeros, la madrugada hirviendo cruel en tu placenta. Quién fuiste en mi sueño, asesina de la cabellera y el puñal, amazona de bronce de la juventud temblando 
como una virgen a punto de morir
en la torre de espuma de mis ojos sellados
  



miércoles, 21 de octubre de 2015

Alucinaciones (VII)




“vienes conmigo?
-adónde?
“a la cabaña
-a cuál? no la veo
“la haremos nosotros. sabes hacer cabañas?
-una vez, cuando era muy viejo, muy viejo, muy viejo. pero se me olvidó
“es muy fácil, es muy fácil: sólo tienes que traer un gato enfermo, o un pájaro que no haya volado nunca, y lo dejamos ahí, en el recodo del jardín, es muy fácil
-yo tuve un gato una vez; jugaba conmigo todo el tiempo. un día le hice daño y desde entonces vigila mis sueños desde dentro. si sueño mal, me muerde los dedos de los pies del sueño
“no nos sirve entonces. tiene que ser un gato de aquí, de aquí, o un pájaro que no haya cantado nunca, entiendes?
-yo tengo en mi jaula un lobo: me lo dejó mi madre un día, cuando me fui. nos puede valer?
“a lo mejor, pero sólo si se está quieto durante toda la noche. si es bueno y se está quieto, habrá crecido una cabaña al día siguiente
-y mi lobo?
“el lobo será la cabaña
-y si no quiere?
“querrá. confía en mí
-pero y si un día tiene hambre, o sed, o quiere volver a la jaula?
“entonces iremos con él
-no será peligroso?
“siempre son peligrosas las cabañas, no seas tonto! confía en mí. tú sólo mantén el secreto.


martes, 13 de octubre de 2015

Sólo el que se va




... La belleza, exigiendo el sacrificio que llevó siempre por estigma. Donde hay tanta hermosura debe de haber condenación. Donde uno siente tanto habrá dolor sumergido, palpitando. Donde hay golondrinas enloquecidas y brisa nueva reparando la ciudad vieja de la herida, de la fragua implacable del sol, habrá también una fuente que mane agua perdida toda la noche. El agua que sólo pueden saborear y merecer y bendecir los nómadas. Los que saben que sólo en el dolor pervive la belleza, y sólo el que se va da sentido a lo vivido, a la ciudad, a la época blanca y verde y azul y niebla que fue verdad y fue certeza.



jueves, 24 de septiembre de 2015

Cohen y Krahe, en Contexto




“Cuando quiero oír cantantes, voy a la ópera”, le dijo su abogado, en cierta ocasión, a bordo de uno de esos aviones en los que el nuevo recluta de la canción popular, desasosiego vestido de etiqueta, experimentaba la inevitable sensación de estar yendo en la dirección equivocada...

[Ensayo/divertimento: Leonard Cohen o el estigma fatal de la belleza (I)]




“Hay verdades que se sienten dentro del cuerpo, como el hambre o las ganas de mear". La cita es de La colmena, de Camilo José Cela. Camilo José Cela no tiene absolutamente nada que ver con esto, por supuesto, y mucho menos con quien protagoniza esto. Camilo José Cela estaría en las antípodas, como suele decirse, de nuestro hombre (si bien, como solía decir nuestro hombre, “en las antípodas / todo es idéntico: / tienen teléfonos, / tienen semáforos, / con automóviles, / con sancristóbales...”). 

[Entrevista inédita/homenaje: Javier Krahe, la ironía como escudo]

miércoles, 2 de septiembre de 2015

"Crecer / es destrozar"




Porque sé que lo escrito es profecía, voy a escribir que el templo de esta casa seguirá diciendo su oración mucho después de todos los septiembres del mundo, de todos los principios del mundo, de todos los finales. Porque sé que todo lo escrito es una larga carta de encargo al porvenir, a sus senderos que se bifurcan, voy a escribir que lo vivido en el amor y en el dolor es la alcancía inagotable que enriquece a los mendigos del Tiempo, a los nómadas del corazón que viven caminando y saben que la vida sólo responde si se le deja hablar, sólo se abre paso si se rinde uno, humildemente, a otro vacío. Porque sé que nada permanece y todo queda, todo sirve para siempre antes de morir, voy a limpiar los cristales de esta casa abierta de nuevo, para que entre de nuevo la luz hasta su trono, parpadeando el santo y seña del vigía tras las ramas que se mueven del ciprés anciano de estos años.

Porque sé que alguien escucha siempre en alguna parte a los niños del exilio, los que reímos y cantamos y tenemos miedo (porque tenemos miedo), voy a escribir a quien sabe para que pueda ayudarme yo a darme de comer, a ser fuerte con mi llanto, a ser justo con mis juguetes más heridos. Porque sé que me escuchan, voy a pedir que la luna sea siempre el farol que lleve hasta la casa, el sol la bandera que regrese siempre hasta la mía, donde me quieran. Porque sé que todo lo escrito es profecía, voy a escribir que todo lo vivido aquí es sagrado como la misma tarde que se pierde, como la noche que se cierne en cueros llamándome otra vez, al otro lado, con los demonios sagrados de la vela. Y porque sé que vive aún ese animal que perdí, rondando a mi costado mellizo, voy a escribir que toda la luz de los veranos aquí fueron verdad y fueron certeza, más allá de la ceniza, por encima del llanto, a mil besos de profundidad de los errores, de mi error, de sus cuchillos.

Porque sé que todo lo escrito es la carta alucinada al otro lado que quizás lean los muertos para que no les falte de nada, para que podamos seguir necesitándoles, voy a escribir otra vez –como tú me dijiste entonces– que el miedo es sólo una máscara de arlequín haciendo muecas de niebla en la puerta de Todos los Caminos. Que todo lo vivido sucedió desde siempre y para siempre, dando en el mismo acorde la infinita oportunidad repetida a las estirpes condenadas a la soledad de los dormidos. Que los inviernos fueron buenos, que los errores benditos fueron para saber en qué lugar del camino nos atrapaba la nieve. Que si no es a la intemperie, arrojados ya del jardín, no encontraríamos jamás la senda ni el camino.

Porque sé que todo lo escrito es oración si se hace con un ojo en esas luces y el otro en el Otro Lado, voy a repetir que todo será siempre una secreta, jubilosa, infinita y leal correspondencia. Voy a decir que todo será cumplido como la misma profecía de aquel poema de aquel invierno en que te oí. Voy a mecerme y a susurrarme ante el balcón abierto de la época que se derrumba que vivir es el beso que nos da el Tiempo en su latir, creciendo y devorándose a sí mismo de amor y terror. Voy a recordarme que hay algo siempre, respirando a nuestro lado, que nos cuida del terror en la placenta que no se rompe nunca. Voy a escribirme otra vez, pues es rezar arrodillado, sin que nadie me oiga, corazón, que cumpliré conmigo lo acordado, que seré fiel conmigo a lo pendiente, que intentaré ser bueno conmigo en todo

que voy a ser bueno
conmigo

en todo. 


lunes, 31 de agosto de 2015

Alucinaciones (VIIII)




–He venido a rescatarte.
            “Vas a salvarme tú? Cuándo volverás?”
            –Creo que muchos años.
            “¿Cuando hayamos crecido?”
            –Más tiempo.
            “¿Cuándo nos hayamos visto arder?”
            –Espero que no tanto.
            “¿Cuando hayamos encontrado la isla?”
            –¿Qué isla?
            “Cuál va a ser. La Isla. Sólo hay Una Isla. Si me quieres olvidar, has de encontrarla. Si la encuentras, volverás a por mí; pero nadie podrá rescatarte ya si no la encuentras”. 



lunes, 17 de agosto de 2015

Alucinaciones (I)




La vislumbró a lo lejos, sobre las rocas del espigón.
“Te he estado esperando”, le dijo al llegar. “Tantos días ya sin mirarme”.
            –He venido a cantar en tu boca, a llorar por ti. ¿Te parece bien?
Ella se giró hacia el horizonte, el sol contra su pelo en la tormenta amarilla.
            “Aún no estás listo”, dijo.
            –¿Qué tengo que hacer?
“Primero debes embarcar cuarenta mil años; cuando regreses habrá un paje en esta roca; le darás lo que hayas soñado ese tiempo, y él te dará la llave”.
            –Necesito llorarte ahora.
            “No es posible. Pero te dejaré mirar por el cristal de mis pechos, y así podrás ver la isla”
–¿Qué isla?
“Cuál va a ser. La Isla. Sólo hay Una Isla. Ahí debes llegar”


Las olas batían contra ellos, tratando de derrumbar el mar.

lunes, 29 de junio de 2015

La zíngara pasa


La zíngara recoge en su pelo la mañana
y su andar de cántaro
derrumba los tres puentes de la piedra

Cimbrear de vela o cauce,
la ciudad vieja se rinde
y contempla su pasar
como el éxodo de un siglo


Oh Alucinados, mirad a la zíngara:
rezad ante su trono y temblad de miedo y gloria
pues devastará todos los muros implorantes
de vuestro mezquino corazón.










martes, 23 de junio de 2015

El 'olivo de Lorca': donde se esconden los muertos




En 1966, exactamente 30 años después de su asesinato y del comienzo de la Guerra Civil, el biógrafo irlandés Ian Gibson –apenas un muchacho por entonces– apareció por Granada, con motivo de una investigación universitaria, para ir en busca del fantasma del escritor que le había cambiado la vida, en lo que sería el principio de una aventura que para él –y para muchos– aún hoy no ha terminado... [Reportaje para eldiario.es]

martes, 16 de junio de 2015

Temprano a ésta y tarde a la siguiente


El año 2001 de nuestra era constituyó un momento legendario de la Historia contemporánea, y no por la película de Kubrick, o lo de las Torres Gemelas (la primera gran película de terror colectivo del siglo), sino porque a un servidor le sucedieron tres accidentes, de manera consecutiva, que vistos en perspectiva ríete tú de la cadera del rey. Del ex rey, digo... 

[para el '50 aniversario' del Instituto. Sigue leyendo aquí]


miércoles, 10 de junio de 2015

Para esto




tanta búsqueda
tanta erudición

                                   tanta leyenda infantil
                                   tanto mito adolescente

tanto estudio fascinado del misterio

tanto truco a la luz de las velas
          tanto blablablá
                        y toda esa jerga de bisutería

tanta tinta        tanta alquimia       tanto viaje
tanto preguntar a las piedras
e incordiar a los sabios del reino
y tanto ruido tanta prisa tanta culpa

para esto
para llegar aquí:


sólo un animal
desnudo y hambriento ante tu puerta
que pide.

lunes, 25 de mayo de 2015

Obediencia


Ya no me incumben 
las guerras de los hombres,
la guerra del hombre y la mujer,
y ni siquiera –tal vez–
la mujer y el hombre mismos.
Ya sólo busco el agua
que me pueda dar esta noche tu aljibe


Si existe la sed 
debe de existir el agua


Dame de beber, dame de tu agua,
paciente estatua del camino
que guardas en el abismo de tus pechos
la mirada de Dios,

entre las grietas.





lunes, 18 de mayo de 2015

Óscar Hahn o el diente de leche de la muerte




“Con vos quería hablar, hijo de la grandísima”, comienza un poema de Óscar Hahn (Chile, 1938) llamado Invocación al lenguaje, en el que el hijo de la grandísima es ése precisamente, el lenguaje. El esquivo de “látigo húmedo” que “tiraniza” el pensamiento del otro, el poeta, cuando éste pretende domarlo y atemperarlo para que esa bestia sin ojos pueda hablar de verdad, decir su verdadero nombre, contar su secreto. 

Porque se trata de una alquimia feroz; de conseguir someter al daimon que custodia las claves del otro lado ante la puerta labrada con todos los signos del idioma. “Un combate cuerpo a cuerpo”, comienza diciendo Hahn, en el vestíbulo callado de un hotel de Granada (España, no el Caribe), cuando se le empieza preguntando por eso: hasta dónde pueden llegar las palabras. Pero incluso la frase combate cuerpo a cuerpo tiene una textura templada al pronunciarla este hombre de 77 años que pasó 35 dando clases en Estados Unidos (casi todos en la Universidad de Iowa), hasta que regresara a su tierra natal en 2008. Fue otro  combate, mucho menos lírico, el que lo sacó de Chile: el golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende en 1973, la cabalgata horrenda, que le costó varios días de cárcel y ver de cerca la dentadura postiza de la muerte, antes del exilio.

Para entonces ya había publicado sus primeros poemarios (Esta rosa negra -1961-; Agua final -1967-), a los que seguirían más de una decena de títulos en las siguientes décadas, entre poesía y ensayos; y el chorro súbito de galardones, sólo a partir del nuevo siglo (Altazor 2003, Casa de América 2006, Lezama Lima 2008, Pablo Neruda 2011...). Hahn nació en Iquique, localidad portuaria del Pacífico, y de ahí, quizás, su voz paciente, la mirada de despedida (mira como de lejos, Óscar Hahn: como al borde de decir adiós) y la cadencia marítima de sus versos, que suenan muchas veces a los muelles tristes donde leía su paisano Neruda en la juventud crepuscular de Valparaíso. (A Neruda lo conocería cuando él era muy joven y el otro ya el Cantor de América mellizo de Whitman: le pareció una persona “absolutamente sencilla”, “muy paternal conmigo”, a pesar de la supuesta soberbia que le atribuían sus paisanos: se dio cuenta entonces de que la gente –no sólo en el caso de Neruda– suele confundir “el ego de los poemas con la persona misma”.)

Sea con ego o descreimiento, melancolía o ironía, lo que intenta el poeta Hahn es “someter a presión al poema”, en frase de T. S. Eliot: para que revele el desnudo último de la realidad por detrás de los harapos o disfraces del lenguaje (hijo de la grandísima). Unas veces con el sortilegio de la misma detonación de los sonidos; otras por el juego cáustico de lo cotidiano; otras –quizá las más afortunadas en su obra– siguiendo el camino de una amargura que antes de vencerse del todo hace una mueca infantil y se escabulle ante el dolor inabordable de esa calle que baja y que “no acaba nunca de bajar”... [Léelo íntegro en CTXT]

viernes, 15 de mayo de 2015

"Calor humano"




He visto ya dos veces la entrevista de Jordi Évole con el ex etarra Iñaki Rekarte (sospecho que uno de los trabajos periodísticos más necesarios hechos aquí en las últimas décadas). La vi, o la viví más bien, con idéntica atmósfera; la que consigue desplegar ese silencio húmedo de bosque del norte en que se desarrolla la primera parte de la conversación, y se sigue intuyendo en la segunda... [Sigue leyendo

viernes, 1 de mayo de 2015

La buena educación




Hay una España que no es un Estado, sino un estado de ánimo. Hay un lugar que se llama así, de manera íntima, y que no es un lugar físico siquiera, ni una abstracción patriótica y folclórica (refugio de canallas), ni una historia de hambre y sed y cuchillos, sino la memoria tenaz de un sueño que hubiéramos ido compartiendo, algunos, en “las últimas habitaciones de la sangre” (Lorca), y que no puede llegar a explicarse con el idioma del diccionario, sino con el de las intuiciones más antiguas. Como una madrugada de verano en que vivimos algo irrepetible ante el balcón abierto, y que al día siguiente es apenas una bruma dulce en los ojos y en la piel de la resaca: un estigma interior sin forma ni dueño, palpitante de luz, que habla. [Sigue leyendo]

lunes, 13 de abril de 2015

Cosas que quise decir (o recordarme)




Estuve, hace unos días, en mi instituto: en el que estudié, en el que pasé de niño a menos niño, en el que padecí ese virus (maravilloso y siniestro) de la adolescencia. El Diego Tortosa de Cieza cumple este año medio siglo de vida, y algunas personas de aquí y de allá (profesores de Lengua que recitaban poemas, profesores que son poetas de la Sierpe y el Laúd, profesores que me compraban libros de poesía y que me concibieron incluso) tuvieron a bien invitarme, con confianza digna de mejor causa, a que me pasara por allí un día, a contarles a esos retratos sin terminar, de 15 ó 16 ó 17 abriles, lo que yo quisiera. Sobre periodismo, sobre poesía, sobre lo que se terciara. Por supuesto, terminé hablando de lo que me salió en ese momento, por más que me escribiese algunas pautas previas. Les recité alguna cosa, les advertí que no se fiaran ni de la madre que los parió cuando leyeran o escucharan una noticia, les dije que leyeran para defenderse del mundo, y les conté alguna leyenda negra propia de cuando yo tenía esa edad y ellos, algunos, aún no habían nacido (y no era broma, pensé, tragando saliva).

Pero, entre las prisas porque tenían clase después y demás, olvidé o no terminé de redondear bien algunas cosas que quería decirles. Cosas que me hubiera gustado dejar en el aire para que luego ellos las leyesen mejor, de manera clandestina, como cuando te pasaban una nota furtiva de uno a otro pupitre.


Quise, quería decirles que no tuvieran miedo, o que tuvieran al menos el miedo justo –como alguien me dijo a mí, hace años–. Que la vida es más larga, más paciente y más sabia que cualquier carrera o crisis o desamor. Que se arrepentirían después de las angustias y sufrimientos gratuitos, cuando fueran conscientes de cómo funciona el Tiempo

Quería decirles que es ahora, cuando van creciendo hasta su edad pero aún les queda algo de niños, cuando tienen que aprovechar su tiempo en vivirlo todo y sufrirlo todo y absorberlo todo con la ferocidad irrepetible de esos años, las cosas que sí merecen la pena sufrirse porque es la alcancía de escalofrío (no de dolor, al cabo) que da de llover fértil al alma durante toda la vida, si uno es valiente y no renuncia a las emociones en carne viva ni a la desvalida y colosal estupefacción del niño. (“Aprovecha que eres joven para sufrir todo lo que puedas, porque estas cosas no duran toda la vida”, aconsejaba su madre a Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera)

Quería decirles que no dejaran de ser niños porque un niño pregunta constantemente y en esa pregunta insobornable y tenaz (del mejor periodista posible, el niño) se esconde el anhelo único por el que algún día, quizás, nos hacemos la pregunta (reveladora, quebradora de máscaras) que nos salva la vida

Quería decirles que viviesen alerta, muy alerta de sí mismos porque en la vida, en esta vida tal y como está montada, nos vamos construyendo, demasiadas veces, según y cómo queremos que la gente nos vea, o incluso como ellos mismos nos ven (o creemos que ellos nos ven), de modo que corremos el peligro de acabar siendo lo que los otros pretenden que seamos (ese colosal malentendido), poniéndonos una máscara tras otra hasta que no nos reconocemos en el espejo. Que, si son valientes y no dejan de escucharse hacia dentro, su propia voz no dejará de recordarles el sueño invencible de quiénes son, y qué han venido a hacer aquí

Quería decirles que la mayor asignatura de su vida, la más grave y más honda, es llegar a saber quiénes son, porque (esto sí lo dije) “en realidad, siento ser yo quien os lo diga, aún no tenéis ni p. idea de quiénes sois. Ni yo siquiera, todavía”

Quería decirles que las demás asignaturas son importantes o al menos necesarias para lo siguiente a lo que tengan que llegar, pero que no lleguen nunca a creerse que sólo son un número. Les quería decir que no se creyeran nunca que son un número, porque las notas que les ponen son mentira en muchos casos y sobre todo porque el único examen es de conciencia, la vida ya te pondrá las notas correspondientes, y “a la tarde todos seremos examinados de amor”, dijo San Juan de la Cruz, y yo saludo. (A la tarde: cada tarde al mirar al horizonte, como don Antonio Machado; al anochecer a solas con nuestra sombra y su candil cuando llega puntual nuestra conciencia a pedirnos cuentas por nuestro saldo de amor y terror y dolor)

Quería decirles que crezcan, pero que no envejezcan. Que la felicidad sí que existe pero que jamás la encontrarán fuera de ellos mismos en la carrera de cuádrigas a ninguna parte. Que la vida en general no tiene sentido, pero la de cada uno y cada una sí: consiste precisamente en encontrar el sentido, en vivir esa aventura, aprender de qué va su juego


Quisiera haberles dicho también, al fin, que da igual si saben o no estas cosas, porque las aprenderán por sí solos, si quieren y les toca aprenderlas. Y aun así, aun así, en la vida solemos tardar muchos años en aprender a escuchar lo que llevamos oyendo (diciéndonos a nosotros mismos) toda la vida.



[Yo escuchaba esta canción, el corazón en cueros, hace ahora catorce abriles: cuando ya dejaba el instituto y empezaba a saber algunas cosas que no he terminado de aprender aún: 

jueves, 26 de marzo de 2015

Félix Grande, "motivos para amar haber nacido"





“Somos los lentos forajidos que inventamos los mitos, las religiones y la historia, el lenguaje y las drogas y el amor, únicamente porque sabemos que vamos a morir. Ahora sé que un abrazo lleva al fondo un pequeño violín de espanto, una matriz de desconcierto. Y en la alta noche, a unos pasos de los antiguos y a unos pasos de nuestros futuros arqueólogos, nos sentamos sobre las mantas, ateridos de perplejidad y de emoción. Y algo gigantesco y cósmico nos acaricia un poco nuestra cabeza ebria, antes de que tengamos tiempo de llegar, como locos, al interruptor de la luz”.

[F. G., Puedo escribir los versos más tristes esta noche -1967/69]

Hay dos frases, misteriosamente anudadas por entre los años, el vendaval magnífico y turbulento de su vida, que parecen reunir, abrazándolas, la infancia y la vejez del poeta Félix Grande; como las caras de una misma moneda de limosna y tiempo... 

[Léelo íntegro en CTXT.es]

martes, 24 de marzo de 2015

Del amor y otras políticas


... Amor y política, en fin: “Como agua y aceite”, diría Michael Corleone, que en esa ocasión hablaba de amistad y dinero, pero para el caso lo mismo es. Si ya resultará difícil en sí mantener el equilibrio de funambulista que requiere ese oficio quedándose tu pareja en casa, no me quiero ni imaginar cómo será con los dos miembros tratando de convivir entre el plató y la cocina, el parlamento y los domingos por la tarde. Difícil saber, en esa tesitura, si se confecciona a caraperro la lista de la compra por confundirla en el fondo con una lista electoral, o si tiene alguna relación la última bronca en casa de su madre con el barómetro del CIS... [Sigue leyendo en Pocavergüenza

miércoles, 11 de marzo de 2015

Religión




El término religión, como muchos saben, procede del latín religare: re-ligar; reunir. Pero reunir, ¿el qué?: los pedazos. Los pedazos rotos del corazón humano, cuya primera fractura es salir a respirar en este mundo... [Sigue leyendo]

domingo, 15 de febrero de 2015

Tentativa


Esta interminable conversación
con un fantasma de mil rostros,
con la máscara infinita
(y debajo nadie, o todas, o Todo)

Este baile de máscaras sonámbulo
buscando la verdad en los espejos

–o fumando con tu sombra en el balcón
mientras esperáis a la muerte,
la anfitriona.



lunes, 2 de febrero de 2015

A. Muñoz Molina o la "necesidad de ver"




A sus veintitantos, treinta años, cuando trabajaba como funcionario de cultura en el Ayuntamiento de Granada (época de su vida que retrata ferozmente en Como la sombra que se va: casi como una expiación), Antonio Muñoz Molina se daba cuenta de que “era visible de manera intermitente: la gente sólo me veía cuando le interesaba algo de mi trabajo. Era el hombre invisible intermitente”... [Entrevista para eldiario.es]

lunes, 19 de enero de 2015

Sus mendigos


Se forja cada hombre al vendaval. Escombros, papeles jóvenes, madera o piedra, se forja cada mujer a la intemperie. Solos.

Desgarraduras, arañazos, dentelladas del dolor que nos van haciendo; como la pared aquella silenciosa y blanca de la tarde quieta. El Tiempo es nuestro druida, el alfarero. El Tiempo nos macera y nos escancia; nos madura hermosos para la guerra del Tiempo, para matarnos. Nos va azotando, a tientas, de aquél a este rincón. Algunos no se reparan nunca de algún golpe, de la ventisca asesina. Somos muñecos de trapo en alguna calle que arrasó el carnaval, que enfría ahora la madrugada. Ese viento es nuestro padre, nuestro tutor, el criminal. Vamos chocando despavoridos por el aire y el suelo y el invierno, por la ceniza y el candor y la piedad, por el verano implacable que no da sombra. Vamos empujados por el viento, sus mendigos: porque huimos de ese viento. Porque nos da miedo el dictador. Abismados a ciegas en el vértigo, en el baile macabro en soledad.


No sabemos que la calma espera, agazapada, en el ojo del huracán de esa ventisca.